miércoles, 25 de agosto de 2010

Muhammad, el Mensajero de Allah

Muhammad, el Mensajero de Allah

Contexto histórico

Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz según el número de todos aquellos que confían en él, y de todos los que le niegan, desde el día de su nacimiento hasta el dia en que la Verdad sea desvelada, era hijo de Ab dullah, hijo de Abd al-Mutalib, hijo de Has him, de la tribu de Quraysh, descendiente de Ishmail, hijo de Ibrahim.

Nació en Meca, cincuenta y tres años antes de la Hégira. Su padre murió antes de su nacimiento, y su madre, Amina, cuando aún era niño.

Encontró un protector en su abuelo, Abd al-Mutalib, y a la muerte de éste, en su tío Abu Talib.

Su infancia y juventud fueron muy senci llas. No recibió una educación formal, y se ocupaba del rebaño de ovejas y cabras que su familia poseía en las colinas cercanas a Meca.

En cierta ocasión acompañó a su tío en una caravana que se dirigía a Siria, y en el transcurso del viaje encontraron a un ermitaño cristiano llamado Bahíra, quien anunció a Abu Talib que su joven sobrino sería el Profeta de su pueblo.

A los veinticinco años volvió a realizar el mismo viaje, en esta ocasión como mercader al servicio de una acaudalada viuda llamada Jadiya. A consecuencia de su éxito en este viaje, y después de oír referencias acerca de su excelente carácter, ella se casó con su joven agente.

Vivieron juntos veintiséis años, fué madre de sus hijos y le apoyó durante los difíciles años en que intentaba extender el Islam entre las gentes de Meca.

Muhammad acostumbraba a retirarse todos los años durante el mes de Ramadán a una cueva de un monte cercano a Meca.

Cuando tenía cuarenta años, casi al final de este mes, oyó durante la noche una voz que le decía: '¡Lee!'. Respondió: 'No sé leer'. De nuevo dijo la voz: '¡Lee!'. Y de nuevo respon­dió sobrecogido: 'No sé leer'. Por tercera vez, la voz le ordenó: '¡Lee!'. '¿qué debo leer?', respondió. La voz le dijo: 'Lee en el Nombre de tu Señor que te ha creado. El creó al hombre de un coágulo'.

Este fué el comienzo de la Revelación del Qur'an, que continuó de modo intermitente hasta poco antes de su muerte, veintitrés años más tarde. La voz le dijo que él era el Mensajero de Allah, y al levantar sus ojos, vió a Yibril: el cauce por el que la Revelación le era transmitida desde el Creador del Universo.

Su primer pensamiento fué que se había vuelto loco, pero fué confortado por su mujer, Jadiya, y gradualmente, a medida que la Revelación continuó, su incertidumbre desapa­reció y aceptó la ingente tarea de ser el Mensajero del Señor de la creación.

Durante los tres primeros años que siguieron a este suceso, sólo los más próximos a él conocieron lo ocurrido. Jadiya, su hijo adoptivo 'Ah, su esclavo liberto Zayd y su amigo Abu-Bakr, fueron los primeros en aceptar lo que decía y en seguirle.

Por aquel entonces, recibió el mandato de 'salir y advertir, y así comenzó a hablar abier­tamente a las gentes de Meca. Les hizo comprender la estupidez de adorar ídolos a la vista de las claras pruebas de la Unidad Divina, manifiestas en la Creación.

Los clanes de la tribu de Quraysh, al ver amenazada su forma de vida, respondieron hostilmente y empezaron a maldecirle y a per seguir a sus seguidores.

A pesar de todo, el número de musulmanes iba en constante aumento, y los quraishitas trataron de detenerle con sobornos, llegando incluso a ofrecerle él que fuera su rey si llegaba a un compromiso con ellos y dejaba de atacar a sus falsos dioses. Con su palabra y su ejemplo, estaba minando y poniendo en peligro la estructura social y la base de su riqueza. Además, el Islam se vió fortalecido cuando Umar Iba al-Jattab aceptó al Profeta. Era éste uno de los más fuertes y respetados de la Quraysh y hasta aquel momento había sido uno de los más acérrimos enemigos del Islam. La Quraysh, dominada por su frustración y rabia, confinó durante tres años en un barranco a todo el clan del Profeta, prohibiendo toda relación con ellos.

Durante este tiempo, murieron su mujer Jadiya y su tío y protector Abu Talib, y asimismo fracasó un intento de llevar el Islam a la vecina ciudad de Taif. Fué precisamente en este punto muerto cuando se produjo el Miraj.

Muhammad fué llevado a través de los siete cielos y le fué mostrada la verdadera natu­raleza de su ser y el honor que recibía de su Señor, la Realidad Divina.

Al poco tiempo, un pequeño grupo de hombres de una ciudad llamada Yazrib le es­cucharon durante un viaje que hicieron a Meca. Le aceptaron como Profeta y regresaron a su ciudad con un maestro musulmán. Al año siguiente, volvieron con setenta y tres nuevos musulmanes e invitaron al Profeta a visitar Yazrib. Desde entonces, los musulmanes co menzaron a asentarse en ésta y a abandonar Meca, hasta que el Profeta, después de evitar un atentado contra su vida, viajó con Abu Bakr hasta Yazrib, ciudad que recibió el nuevo nombre de Al-Madinat al-Munawwara, la Ciudad Iluminada. Este acontecimiento es conocido como la Hégira, y señala el comienzo de la comunidad musulmana.

Desde este momento, el Profeta recibe de su Señor el mandato de luchar contra sus enemigos, aunque hasta entonces no se habían tomado medidas de auto-defensa. Las primeras expediciones fueron muy pequeñas y en ellas casi no se produjeron luchas. En el segundo año de la Hégira, los quraishitas enviaron un ejército de mil hombres con el pretexto de proteger una caravana procedente de Si ria. El Profeta reunió un ejército de algo más de trescientos hombres, y los dos bandos se en contraron en un lugar llamado Badr.

Los musulmanes, mandados por el Profeta, con una confianza total en Allah en sus co­razones y el apoyo del mundo angélico, ven cieron completamente, y mataron a muchos de los jefes de la Quraysh. La enemistad de la Quraysh siguió aumentando, pero el Islam ya poseía una sólida base.

Al siguiente año, la Quraysh envió un ejército contra Medina, y los musulmanes se en­contraron con ellos en la montaña de Uhud, a poca distancia de la ciudad. A pesar de su desventaja, los musulmanes podían haber lo grado la victoria, pero el afán de hacerse con botín llevó a un grupo de arqueros a abando nar sus posiciones, y a causa de ello fueron derrotados. Esta derrota motivó el asesinato de musulmanes que viajaban para extender el Islam, y también una abierta hostilidad por parte de los judíos de Medina, apoyados por elementos descontentos dentro de la comunidad musulmana.

En el quinto año de la Hégira, la Quraysh atacó de nuevo Medina, en esta ocasión con diez mil hombres. El Profeta había organiza do la excavación de un profundo foso para la defensa de la ciudad y el encuentro se hizo fa moso como 'la Batalla del Foso'. Las tropas de Meca se vieron incrementadas por una tribu de judíos de Medina, pero sin embargo, con fundidos por el foso, descorazonados por la sospecha hacia sus aliados judíos y por un viento enconado que estuvo soplando durante tres días y tres noches, recogieron el campa mento y se marcharon sin presentar batalla. La tribu judía fué severamente castigada por su traición.

Ese mismo año, el Profeta decidió llevar a Meca una compañía de mil cuatrocientos hombres para hacer el Hajj. Acamparon en AI-Hudaybiya, justo a las afueras de la ciu­dad, pero se les prohibió la entrada. La Quraysh mandó embajadores, y el Profeta firmó un pacto aparentemente poco ventajoso para los musulmanes, y éstos regresaron a Medina sin entrar en la Ciudad Santa. Sin embargo, este pacto que detuvo la lucha entre la Quraysh y los musulmanes, resultó de hecho una gran victoria, y el Islam se propagó desde en tonces con más rapidez que antes.

Según los términos del acuerdo, la Quraysh convenía en evacuar Meca al año si guiente durante tres días, mientras los musul manes visitaban la ciudad y hacían Umrah. Esta fué la primera vez que el Profeta y sus compañeros visitaban Meca después de siete años.

Ese mismo año, el Profeta decidió llevar a Meca una compañía de mil cuatrocientos hombres para hacer el Hajj. Acamparon en Al-Hudaybiya, justo a las afueras de la ciu­dad, pero se les prohibió la entrada. La Quraysh mandó embajadores, y el Profeta firmó un pacto aparentemente poco ventajoso para los musulmanes, y éstos regresaron a Medina sin entrar en la Ciudad Santa. Sin embargo, este pacto que detuvo la lucha entre la Quraysh y los musulmanes, resultó de hecho una gran victoria, y el Islam se propagó desde en tonces con más rapidez que antes.

Según los términos del acuerdo, la Quraysh convenía en evacuar Meca al año si guiente durante tres días, mientras los musul manes visitaban la ciudad y hacían Umrah. Esta fué la primera vez que el Profeta y sus compañeros visitaban Meca después de siete años.

Al año siguiente, el Profeta mandó un ejército de tres mil hombres a enfrentarse a un ataque del Emperador bizantino en Siria. Atacaron valerosamente a cien mil hombres, luchando hasta que tres jefes cayeron muer tos. Los pocos supervivientes se retiraron y re gresaron a Medina. Por entonces, la Quraysh rompió el acuerdo, y el Profeta, con un ejérci to de diez mil hombres, atacó Meca. Toma ron la ciudad sin derramamiento de sangre y el Profeta declaró una amnistía general. Per donó a aquellos que tanto le habían perseguido desde el comienzo del Islam. Estos se hicie ron musulmanes y la única destrucción fué la de los ídolos alrededor de la Ka'aba. El Profe ta se dedicó entonces a someter al resto de las tribus hostiles, venciendo en la batalla de Hu nayn y poniendo cerco y tomando la ciudad de Taif, cuyos habitantes le habían rechazado diez años antes.

En el noveno año de la Hégira, los musulmanes fueron probados por Allah. El Profeta pidió a todos los musulmanes que le acompañaran en una expedición a un lugar llamado Tabuk durante el período más caluroso del año. Algunos le acompañaron y otros se que daron. La expedición regresó sin haber lucha do. Ese mismo año se hizo famoso como 'el Año de las Delegaciones', pues vino gente de toda Arabia a jurar fidelidad al Islam y al Profeta.

En el décimo año de la Hégira, el Profeta condujo el Hajj de despedida, al que asistie ron ciento cuarenta mil musulmanes. En un discurso en el monte Arafat les recordó los de­beres del Islam, y que serían llamados a res ponder de sus actos, y entonces les preguntó si había expuesto con claridad su Mensaje. La respuesta fué: '¡Si, por Allah!', y él añadió:

'¡Oh Allah, tú eres testigo!'. Poco después de su regreso a Medina, enfermó y murió con la cabeza sobre el regazo de Aisha, su esposa más amada.

Durante los últimos diez años de su vida, dirigió veintisiete campañas, en nueve de las cuales hubo intensas luchas. Supervisaba per sonalmente cada detalle de la administración y juzgaba él mismo en cada caso, siempre ac cesible al que solicitaba su atención. Destruyó la adoración a los ídolos y sustituyó la arrogancia y violencia de los árabes, su inmoralidad y embriaguez por la humildad y la compasión, la armonía y la generosidad, creando una sociedad realmente iluminada como no ha existido otra, la comunidad de los compañe ros del Sello de los Profetas, el último Mensa jero, el esclavo de su Señor: Muhammad.

Caracter

Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz según el número de las cosas hermosas y según el número de las buenas cualidades manifestadas en los hombres desde el comienzo del tiempo hasta el final del tiempo, parecía, cuando estaba Solo, un hombre de mediana estatura. Pero cuando se encontraba con otros, ni empequeñecía a aquellos más bajos que él, ni parecía más bajo que los que eran más altos. Estaba bien proporcionado, con un pecho amplio y anchos hombros, y sus miembros eran fuertes y bien proporcionados. En su espalda, entre sus omóplatos, y más cerca del derecho que del izquierdo, tenía el sello de la profecía: un lunar negro rodeado de pelillos.

Su rostro era ovalado, de tez blanca, con un ligero tinte moreno. Su frente era despeja­da y tenía unas cejas muy largas y arqueadas con un espacio entre ellas donde se señalaba una vena que palpitaba en momentos de gran emoción. Sus ojos eran negros y separados. Tenía pestañas largas y espesas. Su nariz era aquilina y su boca y sus labios estaban bien proporcionados. Sus dientes, con los que era muy cuidadoso, estaban bien dispuestos y proyectaban un blanco brillante cuando sonreía ó al reír. Era de mejillas anchas y uniformes, con una barba negra y espesa que tenía, a su muerte, diecisiete canas. Su cara estaba enmarcada por una abundante melena que caía en ondas hasta sus orejas y hombros, y que él a veces se trenzaba y otras veces se de jaba suelta. La transparencia de su rostro era tal que su ira ó su agrado brillaban directamente a través de ella. Su cuello, ni corto ni largo, era del color de la aleación del oro y la plata. Sus manos tenían la textura del satén, con anchas palmas y largos dedos, de las que emanaba un dulce perfume que permanecía en las cosas que tocaba. El arco de sus pies era pronunciado y su andar era el de un hombre que camina cuesta abajo con rapidez y modestia.

Era de temperamento amable y de hermosos modales en medio de un ambiente acos­tumbrado a una violencia arrogante. Nunca era insultante y jamás despreció al pobre ó al enfermo. Honraba la nobleza y recompensaba según la valía, dando a cada cual lo más adecuado a sus necesidades. Jamás se humilló ante la riqueza ó el poder, sino que llamaba a todos los que acudían a él a la adoración de Allah.

Era siempre el primero en saludar a quien se encontrase, y nunca era el primero en retirar la mano. Era infinitamente paciente con todos los que a él acudían en busca de consejo, sin importarle la ignorancia de los incultos ó la tosquedad de los malcriados. En cierta ocasión, un beduino acudió a él con una petición y le tiró tan bruscamente de la ropa que le arrancó un trozo. Muhammad se rió y dió al hombre lo que pedía.

Una de sus cualidades era que siempre tenía tiempo para todos los que le necesitaban. Era considerado con los visitantes hasta el punto de ceder su propio sitio ó extender su capa para que se sentaran en ella; y si rehusaban, insistía hasta que aceptaban. Prestaba a cada invitado su total atención, de tal manera que todos sin excepción sentían que ellos eran los más honrados.

De todos los hombres, era el menos dado a la ira y el que con menos se complacía. Los errores de sus acompañantes no eran mencionados y nunca culpaba ó amonestaba a nadie. Su criado Anas estuvo con él diez años y durante este tiempo Muhammad no le llamó la atención una sóla vez, ni siquiera para preguntarle que por qué no había hecho algo.

Disfrutaba escuchando buenas opiniones sobre sus compañeros y lamentaba la ausencia de éstos. Visitaba a los enfermos aún en los barrios de Medina más distantes de su casa y de más difícil acceso. Acudía a las fiestas y aceptaba las invitaciones tanto de esclavos como de hombres libres. Acompañaba a las comitivas fúnebres y rezaba sobre las tumbas de sus compañeros. A donde quiera que fuese iba siempre sin protección, aún entre gente de probada enemistad.

Poseía una voz fuerte y melodiosa, y aun que permanecía silencioso durante largos pe­riodos, siempre hablaba cuando la ocasión lo exigía. Cuando lo hacía, era extraordinaria­mente elocuente y preciso, sus frases estaban bien construidas y eran tan coherentes que aquellos que le escuchaban, quienes quiera que fuesen, las entendían fácilmente y recordaban sus palabras. Solía hablar dulce y de senfadadamente cuando se encontraba con sus esposas, y con sus compañeros era el hombre más alegre y sonriente, apreciando lo que decían y charlando amigablemente con ellos. Nunca se enfadaba por sí mismo ó por cuestiones relacionadas con este mundo, pero cuando se irritaba por algo tocante a Allah, nada podía ponerse en su camino. Cuando enviaba a alguien a algún lugar, apuntaba siempre con toda la mano. Cuando algo le complacía, volvía las palmas hacia arriba. Cuando hablaba con alguien, volvía todo su cuerpo hacia él. Todo lo que hacía lo hacía a fondo.

Su generosidad era tal que cuando le pedían algo nunca decía que no. En cierta ocasión siguió dándole ovejas a un beduino que insistía en pedirle más y más, hasta que las ovejas llenaron un valle entre dos montes, y el hombre quedó anonadado. Nunca se iba a la cama hasta que todo el dinero de su casa ha bía sido distribuido entre los pobres, y con frecuencia repartía parte de su reserva anual de grano, de forma que él y su familia carecían de él antes de terminar el año. Solía pregun tar a la gente sobre sus necesidades sin que acudiesen a él y les daba todo lo que necesitaban. Así como era de generoso con sus pocas posesiones, era de generoso de sí mismo, dando sin cesar consejo, ayuda, amabilidad, perdón, y rebosante amor.

Amaba la pobreza y siempre se le encontraba con los pobres. Su vida era lo más sencilla posible. Se sentaba siempre en el suelo, y a menudo, cuando estaba con sus compañeros, se sentaba en la última fila para que los visitantes no pudieran distinguirle de los demas. Comía de un plato colocado en un mantel sobre el suelo y nunca usaba una mesa. Dormía en el suelo sobre una esterilla de palma cuyas marcas se le señalaban en la piel, aunque no rechazaba las comodidades si le eran ofrecidas.

Tanto él como su familia pasaban amenudo hambre y a veces transcurrían meses en­teros sin que saliese humo de su casa ó de las de sus esposas, pues sólo tenían dátiles y agua, y carecían de alimentos que cocinar y de aceite para las lámparas. Sin embargo, en las ocasiones en que disponía de alimentos, comía bien. Solía decir que el mejor plato era aquel en el que había más manos comiendo. Nunca criticaba la comida. Si le gustaba, la comía, y si no, la dejaba.

Solía atar al camello macho y alimentar a los animales usados para acarrear agua. Barría su habitación, arreglaba su calzado, remendaba su ropa, ordeñaba la oveja, comía con los esclavos y los vestía con ropas iguales a las suyas. Molía el trigo él mismo cuando su esclava se cansaba, y llevaba lo que había comprado desde el mercado hasta su casa. Decía: '¡Oh Allah!, permíteme vivir, crecer y morir con los pobres', y al morir no dejó ni un dinar ni un dirham.

Se vestía con lo que encontraba a mano, siempre que fuese correcto, aunque especial­mente le gustaban las ropas verdes y blancas. Cuando estrenaba una prenda nueva, regalaba la vieja. A veces vestía de lana basta. Poseía un manto del Yemen, a rayas, por el que sentía especial predilección. Amaba los perfumes y compraba los mejores que encontraba. Las únicas posesiones que tenía en gran estima y a las que cuidaba mucho eran sus espadas, su arco y su armadura, las cuales usaba sin temor y frecuentemente en las expediciones que dirigía.

Por encima de todo, fué a través de él cómo el Qur'an fué revelado, y la totalidad de su vida fué una constante manifestación de las enseñanzas en él contenidas. Fué el ejemplo perfecto para su comunidad, tanto en cómo debían ser los unos con los otros, como en su relación con su Señor, el Creador del Universo. Les enseñó a purificarse, cómo y cuándo postrarse ante Allah. Cómo y cuándo ayunar. Cómo y cuándo dar. Les enseñó cómo luchar en el camino de Allah. Dirigía la oración con ellos y se postraba durante la noche, sólo, hasta que sus pies acababan hinchados. Cuando alguien le preguntaba que por qué lo hacía, su respuesta era: `¿Acaso no debo ser un escla vo agradecido?'. Tenía una oración para cada acción y nunca se levantaba ó se sentaba sin mencionar a Allah. Todos sus actos los reali zaba con la intención de complacer a su Señor. Enseñó a su comunidad todo aquello que podía llevarles más cerca de Allah, y les preve nía contra todo aquello que pudiese alejarles de El. Inspiraba amor y profundo respeto en todos los que le trataban, y sus compañeros le amaban y honraban aún más que a sus familias, posesiones, e incluso más que a si mismos.

En cierta ocasión, su compañero y amigo íntimo Abu-Bakr as-Sidiq metió uno de sus pies en un agujero donde había una serpiente que le mordió, con tal de no despertar a su amado Profeta, que dormía en aquel momento.

Su yerno y sobrino Ali se arriesgó a ser asesinado en su lugar, y existen muchos más relatos que reflejan la devoción que inspiraba en todos los que le seguían. La unanimidad en las reacciones de todos los cercanos a él y la descripción que de él nos ha llegado a través de ellos, nos muestran a un hombre de tal perfección de carácter que no puede quedar ninguna duda de la veracidad del Mensaje y de la Guía que trajo: el Camino del Islam.

Su Señor le dice en el Qur'an: 'Te hemos creado con un carácter vasto', y él decía: 'Yo he venido a perfeccionar el buen carácter'. Es tees justamente el objetivo y el resultado de seguir el camino del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad.

Naturaleza

Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda paz según el número de las cosas creadas desde el principio de la Creación, has ta el día en que todas las cosas desaparezcan ante el desbordante esplendor de la Divina Majestad, dijo que su Señor dijo: 'Yo era un Tesoro escondido y deseé ser conocido, y creé el Universo para así poder ser conocido'. Fué este deseo de auto-conocimiento expresado en las profundidades de la Esen cia de la Divina Unidad, lo que hizo que se iniciase el proceso de creación y llevó al des pliegue de los diversos planos de existencia, con todas las formas en ellos contenidas, in cluida la Tierra con toda su vida mineral, ve getal y animal.

En un preciso momento, cuando el entor no estaba completamente preparado, se dió vida a una nueva criatura: el hombre. Hasta ese momento, todas las diferentes formas de vida tenían distintos grados de consciencia; pero al hombre le fué dada, por su Creador y Señor, la capacidad de reconocer no sólo su entorno físico, sino también el hecho de que él era una parte inseparable de una Realidad que él percibía en sí mismo y en todo a su alre dedor. El era la cima y perfección de toda la creación y el medio a través del cual el 'Tesoro escondido' podría alcanzar su deseo de auto-conocimiento completo.

En las profundidades del ser del hombre hay un secreto insuflado en su interior por su Señor que desemboca en la Majestad y la Be lleza de la Unidad Divina. Muhammad dijo que su Señor dijo: 'El Universo entero no puede contenerme, pero el corazón de Mi leal esclavo Me contiene . El Qur'an dice: 'Ofrecimos el cometido a los Cielos, a la Tie rra y a las montañas, pero rehusaron su peso y tenían temor de él, y el hombre lo aceptó. Es cierto que actúa erróneamente, muy alo cado'.

Esta actividad errónea y alocada por parte del hombre le llevó a olvidar su verdadera na­turaleza y a perder la consciencia de la Uni dad Divina. Se vió cada vez más atrapado en la percepción de sus sentidos, y poco a poco fué dando realidad intrínseca a las formas creadas. Sin embargo, debido a la Misericor dia inherente a la Realidad Divina, en medio de las diversas comunidades humanas surgie ron hombres para enseñar lo que habían per­dido y restituir al hombre a su verdadera na turaleza. Estos hombres, conocidos como Pro fetas y Mensajeros, fueron creados con este só lo propósito; y aunque no eran más que hom bres entre los hombres, estaban bendecidos desde su nacimiento con una percepción diá fana de la Divina Realidad y del conocimiento de cómo vivir en armonía con el Señor del Universo, mientras que los hombres a su alre dedor se debatían en la oscuridad del olvido y en una creciente ignorancia.

Estos Profetas y Mensajeros trajeron a sus comunidades el conocimiento y la dirección que necesitaban, y les sirvieron de ejemplo, atrayéndolos de nuevo hacia la adoración y el reconocimiento de su Señor, la Unica Realidad. Son la perfección del ser humano, ínte­gros a pesar dé su contacto con esta existencia; continuamente conscientes de la Presencia de su Señor.

El primero de ellos fué el primer hombre: Adán, y siguieron apareciendo a través de la historia de la humanidad sobre la Tierra, has ta que la cadena se completó con la llegada del Sello de los Profetas, Muhammad. El Qur'an dice de él: 'Muhammad no es el pa dre de ninguno de vosotros, sino que es el Mensajero de Allah y el Sello de los Profe tas.

Hemos visto que la cúspide y plenitud del proceso de creación tienen lugar en el hom bre. Aunque fué el último en aparecer, todo lo que le precedió fué en preparación para él, el medio a través del cual el Señor del Univer so llegaría a conocerse a si mismo. El deseo de este auto-conocimiento fué lo que desencade nó todo el despliegue de la Creación y así, la primera idea se hizo realidad en la forma fi nal. En el hombre, lo primero y lo último es­tán unidos. Si deseas un fruto, debes primero plantar un árbol, esperar a que crezca, que florezca, y finalmente dé el fruto. Sin embar go, la idea del fruto precedió al plantar el ár­bol.

Como dijimos, la perfección del hombre se encuentra en los Profetas y Mensajeros, que son los modelos y ejemplos para el resto de la humanidad, y en quienes la Unidad Divina es tá más perfectamente representada. Ellos son los que corresponden más exactamente al de seo original de auto-revelación de la Divina Esencia y son, por esto, los primeros seres en el desarrollo de la Creación. Como lo último y lo primero están combinados en el hombre, la última de las criaturas, así también están combinados en Muhammad, el último de los Mensajeros. El dijo al respecto: 'Yo fui el pri mer Profeta creado y el último en comunicar Su Mensaje'. Y también afirmó: 'Yo era un Profeta cuando mi hermano Adán estaba en tre el agua y el barro'. Y dijo aún más: 'Cuan do Allah quiso crear el Universo, cogió una porción de su Luz y dijo: '¡Sé Muhammad!'.

Muhammad es el primer punto del que surge Luz desde la inmensidad impenetrable y absolutamente incognoscible de la Divina Esencia. Es el primer ser en el despliegue de la Creación del Universo. Es la pantalla a través de la cual los Atributos Divinos se filtran al resto de la existencia, y el gran velo mediante el cual la Creación es protegida del abruma dor poder de la Divina Majestad. Es la Luna que refleja la pura Luz del Divino Sol. Es la más alta manifestación de los Nombres y Atri butos de Allah y el medio a través del cual és tos fluyen al resto de la Creación.

El es Muhammad, el hijo de Abdullah, hi jo de Abd al-Mutalib, nacido en Meca cin cuenta y tres años antes de la Hégira. Le fué dada una visión completa de su incomparable estación con el Señor del Universo durante el Miraj, su 'Viaje Nocturno', cuando fué llevado a través de los siete cielos hasta pasado el Arbol de Loto, que señala el limite más lejano en el cual, hasta Yibril, el más grande de en tre los ángeles, fué obligado a detenerse. Des de allí se arrastró a una distancia de dos arcos de su Señor, y alcanzó su realización completa y el apaciguamiento de todo deseo. Su viaje fué el retorno al punto del que había salido cuando comenzó esta existencia, y fué su total descubrimiento de la profundidad y perfec ción de su propio ser: el pináculo y el eje de la Creación y la manifestación más pura de la Belleza, Misericordia, Generosidad y Equilibrio Divinos. Por razón de su cercanía a la Esencia Divina, ya que no existe nadie más cercano que él, le fué dado el nombre de al Habib, el Amado.

Pero debe recordarse que a pesar de su in comparable estación con el Creador del Uni­verso, Muhammad no es más que una criatura y absolutamente impotente frente a su Señor, el Uno, sin compañero. El es el Mensaje ro que trae a la humanidad el último y perfecto camino que recoge y anula la enseñanza de todos los que vinieron antes que él. Es, al mismo tiempo, absolutamente esclavo de su Creador, consciente de que todo el poder y la fuerza vienen de El. Para el musulmán no existe la posibilidad de adorar a Muhammad, pues el Señor es siempre el Señor, y el esclavo no puede ser más que un esclavo, dependiente por completo de su Creador. De hecho, más que ninguna otra criatura, Muhammad es consciente del absoluto poder de su Señor y de su propia y total incapacidad.

Y sin embargo, a Muhammad (y su nombre significa 'Digno de Alabanza'), le ha sido dado por el Señor del Universo un lugar por encima de cualquier otra criatura, y todos los musulmanes deben darle el honor debido a su rango y pedir bendiciones para él. El Qur'an dice: 'Ciertamente Allah y Sus ángeles ben dicen al Profeta. ¡ Oh tú que confías!, reza para que le sean concedidas paz y bendiciones. Dada su posición con Allah, por quien todas las cosas son adornadas en su existencia, bendecirle a él es bendecir a toda la Creación, y dada la generosa naturaleza de la Divina Realidad, las bendiciones vuelven aumenta das sobre aquel que las pronuncia. Muham mad dijo: 'A aquel que me bendice cien veces, Allah le bendice mil veces, y a aquel que me bendice mil veces, Allah prohibe al Fuego que toque su cuerpo'.

La proximidad de Muhammad con su Señor y su comprensión de su propia ignorancia ante el Conocedor de todas las cosas, le convierten en el perfecto vehículo para la Revelación de la Divina Palabra en el Qur'an. Por ésto, es el Mensajero, el esclavo, y también el Profeta iletrado. Ningún conocimiento puede atribuírsele a él. Todo su conocimiento proce de de Allah y sólo El conoce lo Visible y lo In visible. Su posición de absoluta receptividad y total servidumbre hacia su Señor demuestra que todas sus palabras y acciones estaban en completa armonía con la Unidad Divina, y su Mensaje a la humanidad no sólo estaba conte nido en el Qur'an, sino que quedó igualmente demostrado en la forma en que vivió y en lo que dijo durante su vida. El musulmán es instruido a través del Qur'an: 'Obedece a Allah y obedece al Mensajero'. La obediencia a Muhammad es obediencia hacia Allah. El amor a Muhammad es amor por Allah. La animosidad hacia Muhammad es animosidad hacia Allah. 'Aquel que te odiase, ése es el desahuciado'

Muhammad es el que está completamente entregado a su Señor. Escuchándole y hacien­do lo que dice, imitando su conducta y aumentando su amor hacia él, el musulmán espera aproximarse a él, ya que la proximidad a él es proximidad a su Señor. Al acercarse a Muhammad, el hombre se acerca a Allah.

Muhammad es el más grande de la Creación a los ojos de su Señor, es el que intercederá por todos los hombres el día del Juicio Final, cuando todos sean llamados a responder por sus actos en esta existencia. El día en que Aquel que haya hecho un átomo de bondad lo verá, y aquel que haya hecho un átomo de maldad, lo verá'. De todos los seres, es quien ha recibido la mayor generosidad y compasión, y por ser el Amado de su Señor, todos los que tengan en sus corazones el más pequeño grano de confianza hacia él, serán apartados del tormento y llevados a la gloria.

Muhammad es el más próximo a Allah, él Amado de Allah, el primer derrame de Luz de la Esencia de Allah, y por ésto, el Camino hacia Allah pasa inevitablemente a través de él. En su 'Viaje Nocturno' pasó a través de los siete cielos hasta las profundidades de su ser y la Presencia de su Señor, y regresó para des cribir a los hombres el Camino que conduce al Señor del Universo. Este Camino está abierto a todos aquellos que desean seguirlo. Todos los que realicen este viaje hacia la búsqueda de su verdadera naturaleza, encontrarán que el Camino a la Realidad Divina en la profun didad de sus corazones, es el Camino del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el escla vo de su Señor: Muhammad.

Ninguna descripción de Muhammad, por muy detallada y bien informada que esté, puede transmitir quién es en realidad. El número de sus perfecciones es incontable y aún los más grandes poetas de entre aquellos que le aman, acaban por admitir la imposibilidad de alabarle lo suficiente.

Si deseas un conocimiento real de Muhammad, debes mirar a la gente que se ha en­tregado a seguir su ejemplo en todos los aspectos de su vida. En ellos verás algo de la cualidad y luminosidad interiores de Muhammad que Allah le bendiga y le dé paz. De ellos po drás aprender el Camino de Islam, el sendero de sumisión que conduce a la paz.

2 comentarios:

  1. Oye Sufian me tienes gratamente sorprendida.
    Gracias por esta página y la información contenida en ella, es muy útil.
    ¿Para cuando más? Espero que la amplies, de verdad que es muy interesante.
    Os deseo a todos unas felices fiestas y que la paz y misericordia de Allah (SWT) nos acompañe en todo momento.
    Pd: pon toda la bibliografía para ver si me puedo descargar los libros porva.

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  2. No hay de que Sara es un placer compartir esta informacion con vosotr@s y es lo que hare poquito a poco ire aunmentando la pagina Inshaallah y haber si subo la biografia al completo.
    Bueno Asalam u 3aleikom wa rahmatulah.

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